Cuento en navidad.
Era difícil caminar entre tanta gente. La
rambla se quedaba pequeña ante la avalancha humana. Llegué a la estatua de Colón cuando ya
anochecía. Allí se encontraba el descubridor señalando al infinito.
Hacía frío, la brisa
del mar helaba mi rostro. No tenía un
rumbo fijo donde ir, deambulaba sumergido en el ambiente festivo. Era
nochebuena y no sabía ni donde cenaría.
Me dejé llevar
por mi instinto. Mis pies empezaban a mostrar síntomas de agotamiento, así que
decidí descansar en un banco del paseo. Estaba cansado, todo el día andando.
Mis parpados querían cerrarse y luché para que eso no sucediera.
Vi enfrente unos
portalones y un restaurante, Conte de
Nadal decía su rótulo. Pensé que sería buen sitio para pasar esta fecha tan
especial.
El camarero me
guío hasta una mesa vacía. Me gustó el lugar, todo se veía muy limpio y bien
cuidado.
A la izquierda
tres hombres entrados en los cincuenta, departían mientras degustaban los
alimentos que les habían servido. Más atrás un hombre de barba negra y una
mujer se miraban en silencio. Al fondo varios jóvenes se divertían entre risas.
Solo había un
menú, no tardarían en traerlo. Pregunté por el aseo. Me lavé las manos y fue cuando todo quedo a
oscuras.
Me di cuenta
enseguida que era un apagón general. Seguramente el consumo de esa jornada estaba haciendo
fallar el suministro de las estaciones eléctricas.
Abrí la puerta
como pude y salí al pasillo. Tuve una sensación extraña. Vi luz adelante y pensé que habían encendido
velas en el comedor. Cuando llegué, mi
corazón se aceleró y un escalofrío recorrió mi cuerpo.
El local estaba
transformado, no eran velas sino antorchas las que alumbraban. Un borriquillo
comía despreocupado. Las personas iban vestidas con ropas antiguas, en círculo
rodeaban a alguien. Me acerqué y miré por encima de sus hombros.
Una mujer
sostenía en brazos a un recién nacido.
Levantó su cabeza
hacia mí y pude ver el rostro más bello que jamás volvería a contemplar. A su
lado el hombre de barba negra que antes había visto. El grupo cada vez era más
numeroso.
La noticia del
alumbramiento se extendió por el lugar y las personas acudían para ver al
pequeño. Los jóvenes encendían una hoguera, les protegería del frío.
En una mesa
improvisada con tablones, la gente que llegaba depositaba presentes para la
familia. Dos ancianas se encargaban de adecentar el lugar.
Solo tres paredes
aguantaban el techo, el cielo estaba despejado y entre las estrellas una
sobresalía entre las demás.
El paisaje se
encontraba salpicado de casas, las calles cubiertas de arena. No sabía como,
pero estaba viviendo esta escena histórica. La lengua en la que se expresaban
no era la mía, pero yo les entendía perfectamente y entonces escuché una voz
entre las sombras. – ¡Los romanos, vienen los romanos!- , se hizo un silencio
total.
En pocos minutos
una patrulla pasó por delante del establo, parando a pocos metros. Uno de los
soldados el que parecía que les mandaba ordenó registrar todas las casas. Todos estábamos aterrorizados, si nos
descubrían tendríamos un mal final. Violar la prohibición de reunión, nos
podría llevar incluso a la cruz.
Se escucharon
gritos dentro de las casas, entraban en ella sin ninguna contemplación. El que
ponía alguna resistencia era golpeado. Una voz que creo escuchamos todos dijo
que no temiéramos nada. Dos de los romanos se acercaron al establo. Nos vimos
perdidos, aun así guardamos un sepulcral silencio. Los guardias miraron hacia
adentro era totalmente imposible, pero milagrosamente se marcharon sin ver
nada.
Por fin tras no
encontrar lo que buscaban en el pueblo, todos ellos se fueron del lugar.
Ahora nos
sentíamos a salvo y todo regreso a la normalidad.
De nuevo
volvieron las visitas, se postraban ante el niño en señal de adoración. Todos
esperaban este día y nadie parecía mostrarse sorprendido. Las profecías se iban
cumpliendo.
Me acerqué de
nuevo al pequeño, me miró sonriendo y sin mover los labios me habló. - Eres un
elegido al poder vivir este momento, regresa a tu tiempo y cuenta tu
experiencia, algunos verán en tus escritos la palabra del señor.- Me arrodillé
ante él y alguien tocó mi hombro.
Un transeúnte me
sacó de mi sueño, que real me había parecido. Pensó que no estaba bien, le di
las gracias.
Fui hacia el
restaurant. Aunque se encontraba prácticamente lleno, buscaron un sitio para
mi. Era un lugar encantador, donde se respiraba la historia de la ciudad
condal. Tras acomodarme pregunté al camarero por el aseo, fui hacia el lugar
que me indicaba.
A la derecha vi a
un hombre de barba negra, que cogiendo la mano de una mujer la miraba en
silencio…
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