martes, 11 de junio de 2013

Cuento en navidad.


Cuento en navidad.

            

     Era difícil caminar entre tanta gente. La rambla se quedaba pequeña ante la avalancha humana.  Llegué a la estatua de Colón cuando ya anochecía. Allí se encontraba el descubridor señalando al infinito.

Hacía frío, la brisa del mar helaba mi rostro.  No tenía un rumbo fijo donde ir, deambulaba sumergido en el ambiente festivo. Era nochebuena y no sabía ni donde cenaría.

Me dejé llevar por mi instinto. Mis pies empezaban a mostrar síntomas de agotamiento, así que decidí descansar en un banco del paseo. Estaba cansado, todo el día andando. Mis parpados querían cerrarse y luché para que eso no sucediera.

Vi enfrente unos portalones y un restaurante, Conte de Nadal decía su rótulo. Pensé que sería buen sitio para pasar esta fecha tan especial.

El camarero me guío hasta una mesa vacía. Me gustó el lugar, todo se veía muy limpio y bien cuidado.

A la izquierda tres hombres entrados en los cincuenta, departían mientras degustaban los alimentos que les habían servido. Más atrás un hombre de barba negra y una mujer se miraban en silencio. Al fondo varios jóvenes se divertían entre risas.

Solo había un menú, no tardarían en traerlo. Pregunté por el aseo.  Me lavé las manos y fue cuando todo quedo a oscuras.

Me di cuenta enseguida que era un apagón general. Seguramente   el consumo de esa jornada estaba haciendo fallar el suministro de las estaciones eléctricas.

Abrí la puerta como pude y salí al pasillo. Tuve una sensación extraña.  Vi luz adelante y pensé que habían encendido velas en el comedor.  Cuando llegué, mi corazón se aceleró y un escalofrío recorrió mi cuerpo.

El local estaba transformado, no eran velas sino antorchas las que alumbraban. Un borriquillo comía despreocupado. Las personas iban vestidas con ropas antiguas, en círculo rodeaban a alguien. Me acerqué y miré por encima de sus hombros.

Una mujer sostenía en brazos a un recién nacido.

Levantó su cabeza hacia mí y pude ver el rostro más bello que jamás volvería a contemplar. A su lado el hombre de barba negra que antes había visto. El grupo cada vez era más numeroso.

La noticia del alumbramiento se extendió por el lugar y las personas acudían para ver al pequeño. Los jóvenes encendían una hoguera, les protegería del frío.

En una mesa improvisada con tablones, la gente que llegaba depositaba presentes para la familia. Dos ancianas se encargaban de adecentar el lugar.

Solo tres paredes aguantaban el techo, el cielo estaba despejado y entre las estrellas una sobresalía entre las demás.

El paisaje se encontraba salpicado de casas, las calles cubiertas de arena. No sabía como, pero estaba viviendo esta escena histórica. La lengua en la que se expresaban no era la mía, pero yo les entendía perfectamente y entonces escuché una voz entre las sombras. – ¡Los romanos, vienen los romanos!- , se hizo un silencio total.

En pocos minutos una patrulla pasó por delante del establo, parando a pocos metros. Uno de los soldados el que parecía que les mandaba ordenó registrar todas las casas.  Todos estábamos aterrorizados, si nos descubrían tendríamos un mal final. Violar la prohibición de reunión, nos podría llevar incluso a la cruz.

Se escucharon gritos dentro de las casas, entraban en ella sin ninguna contemplación. El que ponía alguna resistencia era golpeado. Una voz que creo escuchamos todos dijo que no temiéramos nada. Dos de los romanos se acercaron al establo. Nos vimos perdidos, aun así guardamos un sepulcral silencio. Los guardias miraron hacia adentro era totalmente imposible, pero milagrosamente se marcharon sin ver nada.

Por fin tras no encontrar lo que buscaban en el pueblo, todos ellos se fueron del lugar.

Ahora nos sentíamos a salvo y todo regreso a la normalidad.

De nuevo volvieron las visitas, se postraban ante el niño en señal de adoración. Todos esperaban este día y nadie parecía mostrarse sorprendido. Las profecías se iban cumpliendo.

Me acerqué de nuevo al pequeño, me miró sonriendo y sin mover los labios me habló. - Eres un elegido al poder vivir este momento, regresa a tu tiempo y cuenta tu experiencia, algunos verán en tus escritos la palabra del señor.- Me arrodillé ante él y alguien tocó mi hombro.

Un transeúnte me sacó de mi sueño, que real me había parecido. Pensó que no estaba bien, le di las gracias.

Fui hacia el restaurant. Aunque se encontraba prácticamente lleno, buscaron un sitio para mi. Era un lugar encantador, donde se respiraba la historia de la ciudad condal. Tras acomodarme pregunté al camarero por el aseo, fui hacia el lugar que me indicaba.

A la derecha vi a un hombre de barba negra, que cogiendo la mano de una mujer la miraba en silencio…

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